Leí el caso de una peluquería en un barrio de Madrid. “La
crisis reducía la frecuencia con que los clientes pasaban por el
establecimiento a mejorar su imagen y la dueña decidió buscar ingresos
extra. Al igual que ocurre en ciudades como Londres, decide ofrecer
bocadillos, bizcochos o frutas para que los clientes que acudieran a la
hora de comer pudiesen tomar algo mientras esperan a ser atendidos. Se
produjo la visita a la administración y todo fueron problemas.
Licencias, requisito de una cocina industrial, acondicionamiento del
local y mil trabas más. Descartado a la primera, pensó en una
alternativa ¿Qué tal una máquina expendedora? Se produjo la segunda
visita: Impuesto de explotación de máquinas, Impuesto municipal de
ubicación y, si incluye cierta clase de comida, carné de manipulador de
alimentos“. La peluquería ya no existe.
Si montas un negocio
en cualquier parte del mundo civilizado el tiempo para poder tenerlo
operativo siempre será inferior al que destines en España. La media es
de entre 28 y 42 días, mientras que en el resto de países desarrollados
es de entre 9 y 13. Lo dice la OCDE que de esto debe saber mucho espero.
Lo publicó en el informe “Doing business 2010” que sitúa a España en el
puesto 146 del mundo. Las actualizaciones no han repercutido en un
mejor posicionamiento reseñable.
Ser idiota es una suerte. Una
bendición que, si sabes administrarla bien, te abre muchas puertas en
esta vida. Puedes pasarte una mañana entera memorizando los titulares de
la prensa deportiva y no entrar en coma, puedes sentarte en un banco
del Retiro y disfrutar con la colección de colores, texturas y formas
que tienen las mierdas de los perros o puedes sentirte bien cuando
alguien deposita una moneda en la gorra de un mimo cualquiera.
Ser
idiota es un privilegio, una bendición que, si eres capaz de no
derramarla, te ayuda a afrontar cualquier reto por difícil que parezca.
Por ejemplo, en política puedes pasarte una legislatura entera sentado
en una esquina del pleno y no abrir la boca a cambio de una aportación
económica que pagamos todo y que curiosamente se llama “indemnización”.
También puedes estar dispuesto a soportar el ridículo sin miedo, porque
eres idiota.
El problema de ser idiota es que te des cuenta un día
que lo eres. Algo así como cuando quieres montar un negocio en España y
te das de bruces contra un funcionario y toda la maquinaria penosa que
le viste.
En este país incomparable se precisan 13 trámites
administrativos para poner en marcha una empresa frente a los 9 de media
que se necesitan en el resto del mundo moderno. Es, aparte de una mal
trato al emprendedor nacional, un tabique interpuesto para que empresas
pequeñas extranjeras se instalen por aquí. Ese capital nuevo más
comprometido, que introduce nuevas tecnologías, estilos nuevos de
gerencia y que al final crea empleo, lo que quiere es la menor fricción
posible y aquí nuestra administración es de papel de lija.
Por
suerte hay quienes no piensan tragar. Por desgracia para algunos, en el
peor de los teatros siempre surgen voces. No podemos esperar demasiado
de quienes determinan que se debe hacer con nuestro dinero, no es
preciso aguardar a que este cúmulo de mercenarios desideologizados nos
ayuden a nada, pero detrás de ellos hay vida. Sus batallas responden a
eludir la justicia o a la redacción de leyes insostenibles, por ello no
hay mucho a lo que agarrarse, lo existente está entre nosotros. No
esperemos que nadie disponga lo que debemos hacer el resto. Pongamos en
marcha proyectos y demos la vuelta a esta sábana cloroformizada.
En
este país si espíritu de cambio, con una tasa de emprendeduría que da
pena y con una capacidad de reacción inversamente proporcional a la
cantidad de pisos que se hacían en plena burbuja, es muy difícil hacer
pedagogía de lo que está pasando. Ahora pretenden hacernos creer que la
crisis es financiera, económica y política. Eso es cierto, obviamente,
pero también es social. Lo es en el punto de vista que cada país o
colectivo saldrá de ella en la medida que sea capaz de ejercer su propia
libertad y pueda emprender sus propios caminos. No hablo de campañas
manipuladoras para trasladar el problema a la gente, hablo de que nos
dejen hacer, que permitan que de un modo consciente e informado podamos
juzgar lo que está pasando para poder tejer nuestro propio destino. Un
estado interventor es lo que menos necesitamos en estos tiempos que
corren.
La Administración en España es un inconveniente para el
progreso. Da igual el color. Unos fomentando un modelo de crecimiento
que se basaba en la compra masiva de viviendas por parte de gente que no
las necesitaba para simular ser ricos sin hacer más que quedar en un
café de barrio para negociar el precio con un agente inmobiliario
formado a distancia. Otros no supieron desinflar el asunto y les reventó
en la cara. Lo peor es que lo negaron como los otros negaban su
majestuosa montaña de mierda construida adecuadamente durante años. Un
desastre en general. Nos toca a los emprendedores poner en marcha el
motor oxidado de este país.
Y a todo esto uno se pregunta si
¿algún político ha sido emprendedor? Una Administración
sobredimensionada (50% del PIB de España destinado a gastos del Estado),
conformada por 17 miniestados autonómicos, absorbe una ingente cantidad
de recursos (por ejemplo, el crédito que necesitan las empresas y las
familias) que deja sin espacio a la iniciativa privada y que asfixia,
por tanto, a la economía productiva y potencia la deuda y el gasto
público en forma de despilfarro y corrupción política. El lo que los
irlandeses llaman crowding out.
Como dijo el bueno de
Lucio Muñoz, “en nuestro caso el mantenimiento de la gigantesca
Administración española, financiada por el sector privado, ha supuesto
la destrucción del tejido empresarial”. Pero, ¿conoce la casta política
la realidad empresarial? ¿Algún político ha sido emprendedor? ¿Cómo
pueden ayudar los políticos a los emprendedores si no saben ni cómo se
crea una empresa? Tengo claro que no les interesa que aparezcan muchos
emprendedores sabiendo que estos no están a favor de mantener el chiringuito político con su esfuerzo. Por eso no me creo nada de eso del “apoyo al emprendedor” y su demagógica “Ley
de Emprendedores. Hemos pasado de la sobre dimensión de la
Administración al actual retraso en la reforma del modelo estatal.
Yo
no necesito ninguna ayuda y los emprendedores que conozco tampoco. Lo
que precisamos es que nos dejen en paz, que no intervengan porque cuando
lo hacen interfieren y molestan y lo que realmente deben hacer es dejar
hacer, dinamizar y no poner más inconvenientes, que eso lo saben hacer
muy bien.
Por Marc Vidal
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