jueves, 21 de septiembre de 2017

La entelequia identitaria del aparato nacionalista intenta apropiarse de la inversión del Estado y el sacrificio de los españoles durante 300 años..


Llevo ya tiempo oyendo a los separatistas catalanes alegar que una Cataluña independiente es viable, incluso que el 70 % de la industria del Estado es en realidad catalana. Lo que nunca terminan de decir, algunos ni siquiera han reflexionado sobre ello, es por qué está allí; y no lo hacen porque creen que es fruto de su hecho diferencial. –No hay nada peor en la vida que creerse mejor que el prójimo–. Pues bien, voy a arrojar un poco de luz sobre ello.
Un alto porcentaje de ese tejido industrial está ahí porque es suelo español y europeo, porque está cerca de un puerto y de unas inmejorables comunicaciones por carretera y ferrocarril y una situación geográfica equidistante de otros puntos de la Unión Europea y de otros pueblos del Mediterráneo. Los independentistas se ponen una venda en los ojos y no quieren comprender que esas empresas con las que cuentan para hacer viable su independencia no son sólo de ellos sino del fruto de una continua inversión del Estado español que dura ya 300 años. Ninguna de ellas aguantaría ni un solo minuto más fuera de España y por ende fuera de Europa.

Hay que estar muy confundido para pensar que una gran multinacional decide instalarse en Cataluña y no en el Roselló o en Aquitania por amor al catalanismo.

 Esa Cataluña industrial de la que ellos se enorgullecen y, por supuesto, con la que piensan quedarse tras la ruptura con España nació a raíz del famoso 11 de septiembre de 1714, el famoso día de la Diada. El que los separatistas apuntan como origen de todas sus desgracias –que tiene huevos la paradoja–. Fue el primer día de su situación actual, verán.
Finalizada la Guerra de la Sucesión, que no fue una guerra entre catalanes y españoles sino una guerra civil provocada por las intenciones de dos dinastías europeas por hacerse con el reino de las Españas, en la que el sitio de Barcelona es exactamente igual a la Batalla de Almansa en Albacete o la del Huerto de las Bombas en Murcia… Siento aguaros la fiesta, pero en esa guerra, que duró 14 años, hubo 51 batallas importantes repartidas por 51 lugares distintos de la geografía española. Las Españas, término con el que mejor se nos definía porque éramos un conjunto de reinos con fueros medievales aún –por cierto, hasta esa fecha Cataluña no era más que un territorio del Reino de Aragón–, se unieron en una sola. Desde ese momento, la España borbónica se fue convirtiendo poco a poco en un Estado jurídicamente uniforme, con leyes iguales para todos, con fiscalidad y sistema monetario únicos, con una sola lengua oficial y una administración centralizada; y por primera vez en la historia se empieza a construir una identidad nacional española, al tiempo que se van desmontando las identidades periféricas, su lengua y su cultura. No obstante, aunque esto pareciera que va en detrimento de la identidad catalana, no es menos cierto que durante todo lo que quedaba de siglo Cataluña evolucionó económicamente más que lo había hecho en el resto de su historia en detrimento del resto del Estado, pues bajo el estímulo económico del nuevo orden crecen sus manufacturas de lana, piel, hierro y papel. El crecimiento es tan grande que cientos de comerciantes catalanes, para ampliar su mercado, emigran al resto de España buscando dónde establecerse para dar salida a sus productos. Andalucía, Castilla, Galicia y Murcia serían sus principales destinos. A mediados de ese siglo surge con fuerza una nueva industria textil, la algodonera, que ya no sólo se vende en la península sino en los mercados americanos. Naturalmente estos cambios económicos, este arranque de una revolución industrial que sólo se dio en Cataluña gracias a los Borbones, modifican el rostro de la sociedad tradicional catalana y da lugar a nuevas clases sociales. A finales del XVIII Cataluña había duplicado su población desde primeros de siglo y Barcelona la cuadriplica, alcanzando la cifra de 130.000 habitantes. Al calor del crecimiento demográfico y económico la agricultura catalana se moderniza, se especializa y descubre las enormes posibilidades de exportación que las colonias del Estado en América ofrecen a sus vinos y aguardientes, pero se encuentran con el grave problema de tener que pagar una serie de costas para que sus productos embarquen rumbo a América en los únicos puertos habilitados, Cádiz y Sevilla, reminiscencias aún del extinguido Reino de Castilla. Pero la situación de desventaja duraría poco. En 1765 Carlos III inició una revolución económica importante: promulgó el decreto de libre comercio que autorizó el tráfico interno de mercancías entre cinco islas del Caribe: Cuba, Santo Domingo, Puerto Rico, Trinidad y Margarita, con nueve puertos de la península: Cádiz, Sevilla, Málaga, Alicante, Barcelona, Cartagena, Santander, La Coruña y Gijón. En 1768 amplió el decreto a Luisiana, en 1770 a Yucatán y Campeche y a principios de 1778 a Perú, Chile y Río de la Plata. El proceso revolucionario librecambista finalizó el 12 de octubre de 1778 con la promulgación del Reglamento y aranceles reales para el comercio libre de España a Indias. Estas últimas medidas protegieron la industria del algodón mediterráneo de tal forma que hundieron la producción de lino en el resto de España, especialmente en Galicia, cuya producción y manufactura constituía su mayor industria, originando la primera emigración importante de gallegos hacia Cataluña. Este conjunto de medidas constituyó el germen y origen de la burguesía y del proletariado catalán cuyos intereses y reivindicaciones configurarán en gran medida la Cataluña contemporánea.

 A finales del XVIII, los nuevos impuestos del Estado liberal sustituyen a los eclesiásticos y obligan al campesinado de toda España a pagar en líquido, en vez de en especie, deprimiendo la economía del resto de España que además queda aislada del milagro del ferrocarril, mientras los focos fabriles de Cataluña, especialmente la industria del algodón, progresan geométricamente, al mismo tiempo que el resto de España languidece, excepto el País Vasco, cuya siderurgia pasa a ser también protegida como empresa de interés nacional. La desigualdad de las inversiones provoca un éxodo de magnitudes trágicas de españoles hacia Cataluña, huyendo de la miseria. Esta situación duraría hasta la llegada de la democracia en los años setenta del siglo pasado. Valga para corroborar lo que digo una reflexión de Stendhal, el famoso maestro de la novela realista, reflejada en su Diario de un turista, tras un viaje de Perpiñán a Barcelona que realizaría en 1839 y que decía así: «Los catalanes quieren leyes justas a excepción de la ley de aduanas que debe ser hecha a su medida. Quieren que cada español que necesite algodón pague a cuatro francos la vara, por el hecho de que Cataluña está en el mundo. El español de Granada, de Málaga o de La Coruña no puede comprar paños de algodón ingleses, que son excelentes y que cuestan un franco la vara». Y a continuación explica: «el arancel proteccionista, implantado por los gobiernos de España en atención a la perpetua queja catalana, ha convertido al resto de España en un mercado cautivo del textil catalán, cuando es notorio que es más caro y peor que el inglés».

La industria del algodón sería pronto matriz de otras, como la química. Esa asimetría primigenia de España, originada por el arancel, marcaría en lo sucesivo toda la historia económica de España y el progreso de Cataluña. Esa discriminación positiva inicial permitiría a Cataluña arrancar con ventaja frente a los otros territorios del Estado y acumular cada vez más espaldarazos por parte de éste.
–La primera línea férrea de España, Barcelona-Mataró, en 1848.
–La primera empresa de producción y distribución de fluido eléctrico a los consumidores se creó en Barcelona, en 1881; y por cierto se da la paradoja de que se llamó Sociedad Española de Electricidad.
–La primera ciudad española con alumbrado eléctrico fue Gerona, en 1886.

Si anoto estas circunstancias no es para cambiar la historia, que es imposible. Es para desmontar que la teoría del agravio a Cataluña no se sostiene de ninguna manera, sin contar con el aporte más importante del resto de España: la mano de obra masiva y barata para atender su industria (salvo el oasis de Vizcaya).
 Ya en el siglo XX llegarían más ventajas competitivas para Cataluña.
–En 1943, Franco estableció por decreto que solo Barcelona y Valencia podrán realizar ferias de muestras internacionales, monopolio que duraría hasta 1979, 36 años.
–La construcción de las primeras autopistas de España sería en Cataluña.
–La fábrica de Seat, la única marca de coches española, se instalaría en Barcelona.
Llegada la democracia seguiría la racha.
–Los Juegos Olímpicos del 92, un acontecimiento de retumbante eco universal, fue conseguido, concebido y sufragado como proyecto de Estado. Sería irrisorio pensar que lo logró el Ayuntamiento de Barcelona en solitario.
–En los años noventa el Gobierno les entregaría a empresas catalanas el sector estratégico de la energía, un opíparo negocio inscrito en un marco regulado por el Estado. Veamos:

–En 1994, el Gobierno de Felipe González vendió Enagás, de facto un auténtico monopolio de la red de transporte de gas en España, a la gasera catalana. Su precio no llegó ni al 57 % de su valor en libros.
–Repsol, nuestra única petrolera, también pasó por esas fechas a manos catalanas.
–Los modelos de financiación autonómica del PSOE y PP se hicieron siempre a petición y atención de Cataluña, a la que, además de haber resultado privilegiada en las inversiones de fomento, se le permite aprobar un estatuto anticonstitucional que establece algo tan insólito como que la instancia inferior, Cataluña, fije obligaciones de gasto a la superior, España

 –En la primera década del siglo XXI todas las capitales catalanas están conectadas por AVE, mientras que comunidades como Galicia o Murcia todavía no tienen fecha cierta para que llegue y los próceres de CiU presionan para que no se construyan.

¿Qué le ocurre realmente a Cataluña? ¿Cuál es su miedo? Que en condiciones de libertad e igualdad frente al resto de España retrocede. La realidad es que la libertad económica aportada por nuestro ingreso en la Unión Europea, unida al ensimismamiento nacionalista catalán, desfavorece a una Cataluña acostumbrada a apoyarse continuamente en el Estado, ese Estado intervencionista que tanto critican. Es relevante que en 1930 la primera comunidad en PIB por habitante fuera el País Vasco y la segunda, Cataluña; y que llegado el año 2000 sea Baleares y Madrid, la segunda; Navarra, la tercera, mientras que Cataluña cae al cuarto lugar y el País Vasco al sexto. Evidentemente, en condiciones de igualdad no mantiene el tipo. Otro ejemplo es el de la industria textil. Con la llegada de la libertad económica y la eliminación de los aranceles y los monopolios, se crea en España la mayor multinacional textil del planeta, Inditex; y nace precisamente en La Coruña, a la que anteriormente se le había enajenado la industria del lino, no en la Barcelona que durante tres siglos disfrutó del monopolio del algodón y el textil.

A día de hoy, mientras piden la independencia por las calles y se declaran viables gracias al expolio industrial del resto del Estado, Cataluña vuelve a estar sostenida por éste, pues su deuda está calificada de bono basura y se ha quedado fuera de mercado. Los nacionalistas de a pie desconocen que formar parte de España reporta un mayor nivel de vida, y no asumen que ese plus es lo que hace viable a Cataluña. Por el contrario sus políticos, desconcertados al verse obligados a competir en un mercado abierto y careciendo de la experiencia y habilidad necesarias para nadar en éste sin la ayuda de papá Estado pretenden romper la baraja; y mientras embaucan a sus votantes con cantos de sirena y técnicas de propaganda goebbelianas, sus arcas se desangran por la entelequia identitaria del aparato nacionalista e intenta apropiarse de la inversión del Estado y el sacrificio de los españoles durante 300 años. Eso sí es un robo, señores separatistas, y lo peor de todo es que ni siquiera vosotros seréis los beneficiarios del expolio español. Pues esas industrias cuando abandonen el espacio del nuevo Estado fuera de la Unión Europea no se vendrán en su totalidad a España, sino que emigrarán a territorios más estables de Europa: Francia, Alemania, Bélgica, etc. Esto ya ocurrió antes, en 1640, durante el primer intento catalán de secesionismo, y los franceses aprovecharon para invadirlos. Después, gracias a la intervención de España pudimos liberaros de la unionista Francia, pero perdisteis y perdimos el Rosellón, el Conflent, el Vallespir y una parte de la Cerdaña, territorios situados en la vertiente septentrional de los Pirineos y que las tropas francesas habían ocupado en apoyo de los sublevados catalanes. La frontera con España quedó desde entonces en los Pirineos, salvo en lo que se refiere al diminuto enclave de Llivia que por ser villa y no ciudad o pueblo se quedó en España. Queridos catalanes, vuestra obcecación os debilitará, nos debilitará, de nuevo ante una Europa que intenta unirse para hacerse fuerte; y esas industrias que afloran en vuestro suelo, fruto como ya he dicho de la inversión y el sacrificio de todos los españoles, que vosotros creéis sólo vuestras, irán a parar de nuevo a manos extranjeras. No lo digo yo, lo dice la historia.

Antonio Marchal-Sabater

Fuente:  http://canal-literatura.com

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